El jueves pasado, volviendo de un viaje en bicicleta con un amigo,
pasamos cerca de un grupo de chavales al entrar en un parque pedaleando.
Uno de ellos empujó a otro bromeando y estuvo a punto de caer sobre mi
bici, por lo que avisé con un "CUIDAOOOO". Mi amigo me seguía de cerca y
escuchamos como nos comenzaron a silbar. Ni siquiera volvimos la
cabeza, proseguimos mientras se alejaban los silbidos.
Al llegar a
casa, mi colega se dio cuenta de que le faltaban los guantes que yo le
había prestado. Fue a buscarlos, por si los había perdido por el camino.
Tras recorrer el trayecto entero del supermercado donde compramos la
cena hasta mi casa, volvía con las manos vacías y decidió pasar por el parque. Ya no
estaban los chavales que nos silbaban, habían dejado los guantes que
había perdido uno sobre el otro, apoyados en una valla.
Hoy,
comiendo en el Jardín Americano, había cerca un grupo de jóvenes negros,
descansando a la sombra junto a un pequeño lago. Tras un rato conviviendo con normalidad, vi como uno de ellos se
levantaba y arrojaba con fuerza un palo hacia unos patos que había en el agua. No entendí qué
hacía. Volvió a coger algo del suelo y a tirarlo violentamente hacia los patos, que
graznaban.
Yo, atónito y cabreado, observé como se acercaba a nosotros
siguiendo a los patos con un objeto bajo el brazo. Tenso, me preparé
para levantarme y hablar con él, o irme en el peor de los casos. Me puse en pie antes de que llegase, y él habló con tono angustiado:
-Lo va a matar.
-¿Va a matar qué? -le pregunté.
-Esa
no es su cría, ya ha matado a otra -me respondió señalando un pequeño
bulto flotando a lo lejos-. Los agarra con el pico y los hunde porque no
son suyas.
Estaba salvando un patito.
Y yo... que me consideraba una persona libre de prejuicios.
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