miércoles, 14 de septiembre de 2016

Estoy en Francia y no sé francés

Ese fue mi primer pensamiento al llegar al aeropuerto de Nantes. No tengo ni puta idea de francés. Parece mentira. Seis años asistiendo a clases de francés en el colegio sin prestar demasiada atención, un par de años largos sin tocarlo y no recordaba nada. Aunque eso nunca había sido un inconveniente a la hora de diseñar el plan de viaje. Me las apaño con el inglés y esperaba que entre eso y el español pudiera comunicarme fácilmente.
A mi favor tenía que el francés y el español son parecidos y si no conoces una palabra quizás puedas entenderla aun así, o ubicarla a través del contexto. La primera oportunidad que tuve para demostrar mis habilidades en francés fue en una tienda de café.
-Mm... bonjour... eh... ¿café nogmal?
(¿Cómo mierdas se decía por favor?)
-¿Café?
-Oui.
-ueouiruirtodfkjgkjfgh
-¿Leche? ¿Milk...? LATTE! CAFÉ LATTE!
(me acordé por los anuncios estos de verano...)
-AHHHHH!
Me dijo el precio, del que ni me enteré y le entregué un billete de 10 euros (acababa de empezar el viaje, mi cartera estaba vacía de monedas y así me libraba de volver a preguntar el precio). Y me clavaron 3,50€ en un café con leche.
-Merci beaucoup -le dije.
-Au revoir! Merci! -me respondió y anoté mentalmente 'au revoir' para decir adiós.
 
Quizás el reto más grande que se me planteaba en el viaje era el autostop. Quería recorrer Francia a base de autostop y nunca había probado eso de 'viajar a dedo'. Entre eso y que no era capaz de encadenar tres frases seguidas en el idioma local...
Bueno, sabía decir "ou est-ce que tu vais?" (¿adónde vas?) y "je vais a Paris" (yo voy a París). Con eso y un poco de ánimo podría cubrir los 400 kilómetros que separaban Nantes de París, pensé.
Por suerte, los tres primeros conductores manejaban el inglés, pero el cuarto, con el que conviví tres o cuatro horas en un coche que apestaba a basura, solo hablaba francés y algo de ruso. Con él conversé de política, actualidad, estudios, países, carreras, trabajos, viajes y rutas... pf. A veces las conversaciones terminaban en un "ce ne est pas grave" (no importa), cuando alguno de nosotros no entendía algo ni para atrás. Me dolía la cabeza del esfuerzo al finalizar el trayecto. Lo solucioné con una comilona en el Subway a las afueras de París.

Lo bueno de los albergues es que, al ser la mayoría de espacios comunes -de hecho normalmente duermes con más personas en la habitación-, conoces a mucha gente y hablas por los codos. Esa misma noche en París, ya de noche, entró uno nuevo en la habitación y tuve que quitar ropa que había dejado en la escalera de la litera. Aprovechando que me había despertado, el nuevo vecino me preguntó de dónde era, hacia dónde iba y ese tipo de cosas. Con medio cerebro dormido le respondí como supe y le devolví algunas preguntas. Él era "parisien", pero nunca me llegué a enterar de la razón por la que dormía en el albergue. Fumaba muchos "joints", eso sí.


Con el paso de los días fui incorporando expresiones a mi diccionario. Mientras esperaba en la cola de un supermercado escuchaba atentamente lo que decían los clientes y el cajero. Cada vez que hacía amig@s frances@s les preguntaba por ciertas palabras y frases para saber si estaban bien dichas. También desarrollé y perfeccioné la habilidad de encontrar españoles e ingleses con los que hablar, así como la creatividad necesaria para presentarme con alguna excusa elaborada y así poder hablar largo y tendido. Cuando viajas solo lo primero que pierdes es la vergüenza.
Una de las cosas que más me frustraban era no poder expresar mi opinión sobre algo cuando las conversaciones trataban algo más trascendente que mi lugar de origen o mi destino.

Me llama mamá naturaleza. Resumo rápido: noté cierta mejoría y aprendí a apañármelas en el día a día con un puñado de frases, pero eché de menos la soltura que tengo con el inglés, así que hoy, he empezado con clases de francés. Con suerte me sacaré el B1 en junio. Y me voy a cenar.

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